Después de que Sancho le ayudase a subir de nuevo sobre Rocinante, siguieron su camino en busca de aventuras.
En esta ocasión el que sufre los palos es también Rocinante; pues se acercó a unas yeguas de unos arrieros y, éstos al verlo le dieron tantos palos que lo dejaron tumbado en el suelo.
Cuando Don Quijote vio a su caballo, arremetió contra los arrieros y volvió a recibir una paliza.
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